En 2017 no vuelan aún los coches de Blade Runner, ni los humanos se cultivan como en Un mundo feliz (aunque no falta mucho), ni los bomberos se dedican a quemar pilas de libros, como en Farenheit 451, pero estamos más cerca que nunca de 1984, la fantasía distópica de George Orwell tan solo 33 años después.
Tanto es así que su libro, una
crítica despiadada del estalinismo y el fascismo publicada en 1949, se ha
convertido en el sorprendente best seller de la primera semana de la América de
Donald Trump. Es número uno en las listas de Amazon.com y el 16 en su versión
española. Hasta un 10.000% han aumentado sus ventas en Estados Unidos. Como si
fuera un libro de autoayuda de lo que está por venir, un manual de
instrucciones de los nuevos tiempos.
¿Qué describe Orwell en él que
resulta tan perturbador? Un estado totalitario posnuclear en el futuro que se
parece, en algunos aspectos, al mundo que se va dibujando a trazos. El
protagonista, Winston Smith, trabaja en el ministerio de la Verdad cambiando no
los hechos presentes, sino los pasados. Se modifican los viejos titulares y los
recuerdos para así manipular a la población, que bebe un brebaje infecto
llamado ginebra de la Victoria.
Por encima de él siempre se sitúa
el Gran Hermano, el guardián de la sociedad y el juez supremo que todo lo ve
sin descanso en cámaras repartidas entre las calles, las casas y los lugares de
trabajo. Londres, la ciudad oscura donde el autor desarrolla esta ficción, es
bombardeada sin que se sepa quién ni dónde se tiran las bombas. Un lema se
repite en los carteles del régimen de partido único: «Guerra es Paz, Libertad
es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza».
El país en el que vive el
protagonista se denomina Franja Aérea número 11, forma parte de Eurasia y está
en guerra con Oceanía, aunque las alianzas cambian continuamente para comenzar
otro conflicto con Asia oriental. Cuando esto sucede, Winston y sus compañeros
tienen que cambiar todos los titulares referentes al enemigo y convertirlo en
aliado. Así se reescríbe el pasado y se fabrica la posverdad, la nueva palabra
de moda. Hoy sucede algo parecido: Trump reconfigura sus amistades con Rusia,
su nuevo aliado y se aleja de la Unión Europea.
Asistimos a un momento
inquietante, en el que las noticias falsas superan en visitas de internet a las
verdaderas, en las que la industria de la manipulación domina las campañas
electorales, en el que la jefa de prensa de Donald Trump se permite acuñar el
término «hechos alternativos» para negar las pruebas tangibles y mantener una
mentira, por muy fácil que sea desmontarla.
No fue más gente a la toma de
posesión de Donald Trump que a la de Barack Obama, y sin embargo, su equipo y
él mismo mantienen esa información, pese a las evidencias fotográficas. Hay
más: los líderes del Brexit, Boris Johnson y Nigel Farage, ganaron el
referéndum a base de exageraciones y manipulaciones evidentes. Los medios
cercanos al Kremlin presentaron el derribo del avión de pasajeros MH17 sobre
Ucrania, por parte de los milicianos prorrusos, como un intento de abatir el
aparato del presidente Putin. ¿Estamos mejor que Winston cambiando titulares?
¿Será que nos acercamos a un mundo cada vez más orwelliano?
Las similitudes con la
terrorífica obra maestra de Orwell son numerosas. El uso impuesto de una
neolengua que busca un constante lavado de cerebro para evitar la vida interior
y el libre pensamiento. En su búsqueda de la manipulación total de la población,
el régimen decide qué es cierto y qué no lo es. Para controlar cualquier atisbo
de rebelión cuenta con la policía del pensamiento. No hace falta que se cometa
un delito, basta con pensar en él, es lo que se denomina el crimental. Las
palabras tienden a ser olvidadas, cuantas menos, mejor. La vieja lengua es una
forma de comunicación a extinguir en ese universo. ¿Hablaba Orwell de los 140
caracteres de Twitter?
El Gran Hermano (Big Brother, en
la novela original) ha sido superado hoy con el Big Data, es decir, los
logaritmos que ya saben más de nosotros que nosotros mismos. Nuestros retuits,
likes y plays dibujan al segundo un perfil tan perfecto de nosotros que ningún
Gran Hermano con cámaras podría igualar.
Además, nos espiamos a nosotros
mismos con nuestros selfies en instagram, ofreciendo información del lugar en
el que estamos, la compañía y las coordenadas exactas.
La tele pantalla de George
Orwell, que sirve para ver pero que también te observa, ha sido superada por
nuestros smartphones, auténticos archivos móviles sobre nuestra vida.
La distracción de esos miembros
del partido único es asistir a los dos minutos de odio frente a una pantalla en
la que se proyectan imágenes del enemigo, sea quien sea. Se trata entonces de
gritar más que nadie. La policía del pensamiento acecha entre las butacas del
público para detener a cualquiera que no muestre su ira de manera ostensible.
En el mundo actual no tenemos los dos minutos de odio pero tenemos las redes
sociales para odiarnos.
Fuente: El Mundo
Vamos... tomar un texto de literatura como una guía del orden político actual es una tontada (en el sentido de que mal hecho el análisis, puede ser una pérdida de tiempo). Como si acaso la realidad social fuera tan simple y fácil como para calcarla de un libro. Ese es el mismo error y la misma insensatez que se hace con la biblia. La misma.
ResponderBorrarUn análisis del libro bajo la lógica de "esto se cumple, esto no" no tiene ningún valor. No demuestra rigor ni conocimiento alguno, y usualmente se hace al acomodo de lo que la persona cree y sigue.
Hay algunas temáticas que la obra de Orwell menciona que pueden ser interesantes de análisis (que luego pueden verse a la luz de la sociedad actual): el papel de los medios y la información que brindan o no; la manera en que se lleva a las masas a la dominación y aceptación de una dominación; la vigilancia y el control como formas de acentuar el orden deseable, someter y mantener a raya a la gente.
Y hay otros temas que perfilas en el artículo: lo que pasa con Trump; las redes sociales y el uso de la información allí colocada.
Lo que quiero decir, concretamente, es que si van a hacer análisis, háganlos bien. Puede que resulte algo interesante, en lugar de superfluo, vacio y conspranóico